viernes, 25 de octubre de 2013

Mi compi de piso es especial

Que mi compañero no es normal de todo se nota al primer vistazo. Justo hoy hace dos semanas que vine a visitar la casa y recuerdo bien esa mirada esquiva. Un jardincillo descuidado flanqueaba la entrada y sobre una puerta originariamente blanca destacaba la roña. El timbre había sido desmontado, así que golpeé para llamar. Según abrió, el tipo ya me pareció un completo perturbado. Me hablaba torciendo la cabeza y hasta medio cuerpo, con tal de no cruzar nuestras miradas. Calvo, afeitado y con gafas redonditas me recordaba vagamente a alguien que da mal rollo, pero no lograba saber quien... Más tarde recordé: se parece un poco al nazi superchungo de Indiana Jones en Busca del Arca Perdida. Vaqueros raídos, vieja camiseta de la Guerra de las Galaxias y una tarjeta identificativa colgada del cuello realzaban la sensación de que algo no iba bien en su mollera. “Este tipo es muy raro, un psicópata sin duda”, pensé. O bien ha sufrido un accidente o una hemiplejía que lo ha dejado medio lisiado, a juzgar por el brazo que pegaba a su cuerpo y por su postura encorvada y por cómo metía los pies para adentro al subir las escaleras. La casa olía especial, a rancio en las habitaciones y a algo que interpreté como diversas variedades de moho en la cocina. La cantidad de cachivaches (altavoces, CDs, cables, aspiradoras, herramientas de jardinería) y papeles tirados por el suelo que entorpecían la visita le añadían un extra y apuntaban a un incipiente síndrome de Diógenes.

La habitación que alquilaba era algo pequeña, las paredes de un beige sucio mal pintado y aderezadas con manchas diversas. Faltaban las cortinas, la silla de oficina estaba en dos mitades tirada por el suelo y había papeles y panfletos de Avón sobre un armarito de esos tipo Ikea. "Si me das una respuesta antes del martes te lo bajo a 70 por semana", dijo él. Le miré, sopesando el riesgo. Era como de mi estatura aunque un poco contrahecho, en un ataque frontal creo que andaríamos a la par, quizás podría batirle. "Tengo que pensármelo", le dije. Salí a la calle y volví a respirar aire fresco. Comencé a caminar deprisa, maquinando, decidiendo. No había avanzado cincuenta pasos y ya me había dicho a mí mismo que sí, que esa sería mi casa. Di la vuelta para hablar con el tipo. Estaba ensimismado en el jardín trasero recogiendo algo del suelo. Le llamé y le confirmé mi estancia por seis meses. En el vestíbulo saqué cien libras del bolsillo a modo de fianza y él abrió la puerta de su saloncito para darme un juego de llaves. Y ahí es cuando vi, estupefacto, el cristo inenarrable que albergaba su morada. Papeles, bolsas, propaganda, ropa, platos, botellas, cintas, cedés, revistas, todo andaba tirado por el suelo y por encima de los muebles. No había un solo centímetro al descubierto. ¡Diógenes era un aficionado en comparación con este pájaro! Salí de allí medio temblando, pensando que me había precipitado una vez más. Volví a Liverpool, cené, charlé y poco a poco recobré la calma.

Al día siguiente llevé todo a la casa. Cuando regresé por la noche mi compañero ya había colgado unas misérrimas cortinas grises que recalcaban su desprecio por las cosas bien hechas. Recoloqué las cortinas, extendí el saco sobre el colchón sucio y me tumbé, iluminado por una lámpara deprimente cuya pantalla robaba la poca luz de una bombilla de cuarenta vatios. A la mañana siguiente retorcí los cables intentando quitar la bombilla y cause un cortocircuito que dos días más tarde literalmente hizo saltar la lámpara por los aires. Me dijo que no volviera a tocarlo y que en dos días vendría un técnico. Dos días después dijo que en una semana o así vendría el electricista. Y hace tres comentó que tardaría unos diez días en tener luz en el techo de mi habitación. Dudo mucho que vuelva a tener luz en el techo. Mientras tanto he limpiado y reorganizado la habitación, he arreglado la silla y he remodelado la mesa. Un par de lámparas me iluminan mientras escribo y un ambientador hace que el aire resulte más respirable. Limpiar la cocina me llevó el fin de semana entero porque quitar la grasa de la encimera y el moho bajo el escurreplatos que mi compañero había atesorado durante años no fue fácil. Retirar el comedero de los gatos, tan sucio que hasta ellos rechazaban la comida que en él quedaba, fue un acierto en cuanto a olor y salubridad. Fregar el suelo con estropajo sirvió para quitar la mayoría del tomate y la mugre que lo adornaban. He puesto otra bombilla en la cocina y en el salón he amontonado los cachivaches en lugares estratégicos, permitiendo la libre circulación. Ahora el sitio es todo un hogar.

Y respecto a mi compañero, pues nada, ahí sigue trabajando a ratos y bebiendo cada día en soledad, tirado en su saloncito rodeado de mierdas diversas. Cuando tiene el puntillo es muy majo, sonriente y se acerca para hablar y cuando se pasa con el vino y el whisky trata de esconderse y sube las escaleras con dificultad o queda inconsciente con la tele a toda hostia o con un insoportable despertador sonando a su lado de manera constante. Se echa siestas a cualquier hora a causa de la ebriedad, ahora está en medio de una. En su afán por destruir el mundo se baña una o dos veces al día en vez de ducharse, deja la tele y las luces encendidas por costumbre y a menudo también deja la calefacción funcionando toda la noche. Ahora ha traído una perrita llamada Kia que le cuida a algún amigo, y es un primor oirle decir "good girl" y ver como se la lleva de paseo, siempre que no esté borracho e inconsciente, claro. Debo reconocer que es un chico majo y que tal vez no sea un perturbado, sino simplemente una persona tímida e introvertida que se refugia un poquito de más en el alcohol. Una persona amable, de mirada perdida, "despreocupado" en lo que a higiene y orden mínimo del hogar se refiere. Un treintaymuchos que viste camisetas de Adidas con las letras salpicadas de sangre y que guarda vestidos como de princesa o de fiesta de graduación en un armario destartalado y sin puertas en ese huracán de máxima entropía que es su habitación. Ay, ¿Y quién soy yo para juzgarlo?


Panorámica del saloncito donde pasa las horas