¡Tengo pulgas! No, no me malentendáis, no es una exclamación
de indignación sino de profunda alegría. ¡Qué gran noticia, son pulgas! Ya me
estaba poniendo en lo peor, pensando que los bichos que me picaban por las
noches fuesen chinches de las camas que habitaban mi somier. Los chinches son
muy jodidos de eliminar y de unos años para acá hay un rebrote por todo el
mundo. Pero no, ayer me encontré una maravillosa y diminuta pulga de gato caminando
cual funambulista entre los pelos de mi pierna. Como están adaptadas a moverse
entre el denso pelaje mamífero, las pulgas son muy aplanadas por los lados y,
al caminar sobre superficies lisas como la piel humana, mantienen difícilmente
el equilibrio y es gracioso verlas inclinarse temerariamente a cada lado con
cada pasito que dan.
El caso es que el gato de mi compañero de piso tenía tantas
pulgas que se ve que alguna se le ha escapado y ha acabado en mi habitación.
Una vida desgraciada para las pobres pulgas porque, aunque los humanos estemos
calentitos y produzcamos el dióxido de carbono que tanto las atrae, no les
suele gustar mucho nuestra sangre. Picar pican, prueban la sangre humana pero
añoran la gatuna, porque por lo visto a la nuestra le falta algún nutriente
apropiado para completar con facilidad su ciclo vital. Son un poquitín
escogidas ellas.
Tras dejarle una educada nota informativa, mi compañero le
ha echado espray anti-pulgas al gato y me ha comprado a mí otro para que rocíe
la moqueta. Las moquetas, no solo producen bolitas, sino que son un auténtico paraíso
para que las pulgas pongan sus huevos y para que sus larvas crezcan fuertes y
sanas, alimentándose de los restos de piel muerta de sus caseros. Dada la
dejadez de muchos de sus habitantes, la superabundancia de gatos y la manía de
poner moqueta en todas partes, no solo está toda Inglaterra llena de bolitas,
sino que probablemente también esté toda llena de pulgas de gato. Ahora a ver
si el espray funciona apropiadamente y me libro de esta plaga.
Vistos los párrafos anteriores, está claro que me tira la entomología.
Es más, tengo la suerte de vivir de ella y es justamente lo que estoy haciendo
estos meses por Inglaterra. Concretamente estoy clasificando escarabajos capturados
por mi jefa durante su estancia en Canadá. Para identificar a estos insectos hay
que fijarse mucho en su morfología y particularmente en la de sus genitales. Sí
señores, me temo que soy una especie de microurólogo. Me gustan tanto tanto los
bichos que, como última muestra de respeto, tras envenenar y masacrar a una
inmensidad de ellos y discriminar y desechar a una buena parte, me toca
profanar los cadáveres de unos pocos elegidos arrancándoles sus penes para
observarlos minuciosamente bajo la lupa. Lo mío, lo de muchos entomólogos, es
una especie de fetichismo necrozoófilo. Le dedico cuarenta horas a la semana a
una masiva y quitinosa orgía de microcastración post-mortem.
Y es que sus penes son muy curiosos. Los hay afilados y
romos, o con dos piezas que recuerdan a un pico de pájaro, con tubérculos sensores que parecen
dientecitos, con el extremo en forma de punta de flecha, con una paleta a cada lado... Parece
un auténtico catálogo de consoladores sadomasoquistas en miniatura. En su
interior se alberga el saco copulador, una especie de bolsita donde acumulan el
esperma y que, como decía un profesor mío, “se da la vuelta ¡como un guante!
dentro de la hembra ¡para fecundarla!”. El saco copulador suele tener dientes
que le sirven al macho para retirar el semen depositado por los anteriores
pretendientes y así aumentar sus posibilidades de ser él el que fecunde. Se las saben todas.
En definitiva, como decía una amiga, cada pene es un mundo.
Y en este caso es bien cierto, puesto que es lo que me permite distinguir muchas veces
entre especies por lo demás muy parecidas. Hay que añadir, en aras de la
igualdad de género, que, aunque en los escarabajos que identifico ahora las diferencias las marcan
los genitales masculinos, en otros grupos son las estructuras femeninas las que
divergen. Son las espermatecas, unos diminutos tubos como de vidrio soplado y
de hermosa y retorcida forma donde las hembras guardan el esperma de sus
amantes, lo que sirve para diferenciar entre especies.
Cuentan que Haldane, un famoso genetista, dijo en más de una
ocasión que “Dios, si es que existe, tiene una gran predilección por los
escarabajos” refiriéndose a su inmensa diversidad. Yo añadiré que Dios, si es
que existe, no sólo tiene predilección por los escarabajos sino especialmente por sus genitales y que ¡es un cochino y un vicioso!
| Mis bichos bajo la lupa. |
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Un pene con punta en forma de flecha y con el
saco copulador, lo negro, en su interior.
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